Posteado por: Javier | septiembre 4, 2011

La sociedad y la libertad bajo el Decálogo (VIII)

VIII.- NO HURTARÁS

El Octavo Mandamiento implica que el hombre tiene un derecho otorgado por Dios a poseer propiedad privada. Ya traté este asunto en una extensa entrada del pasado mes de noviembre sobre la relación histórica entre la Reforma Protestante y la expansión del capitalismo.

Sin embargo, no solo se queda en ese punto el Mandamiento, sino que va a la raíz de lo que es la comisión fundamental que ha recibido el hombre: la restauración del mundo caído. Declara que hemos de restaurar todo lo que el diablo y el pecado nos han robado. Hemos de sojuzgar la tierra y tomar dominio de ella. Esta comisión le fue dada al hombre desde el principio (Génesis 1:26-28). Adán recibió el encargo de poner todas las cosas de la tierra bajo la voluntad de Dios, sin embargo, quebrantó esa comisión. Fue el primer hurto de la historia: cuando Adán y Eva roban el fruto del árbol de la ciencia del bien y mal (Génesis 3). Dios estableció un límite legal en torno a ese árbol. El les dijo que podían comer de cualquier árbol en el huerto, salvo este árbol particular (Génesis 2:16-17). La prueba de la responsabilidad de los hombres ante Dios fue claramente una prueba de su respeto por la propiedad de otro. ¿Permitirían ellos que Dios mantuviese posesión de esa propiedad en su ausencia? El no estaba allí para hacer cumplir su derecho de propiedad. ¿Entrarían ellos para hurtarla, pese al hecho que se les había dicho que no les pertenecía, y tenían prohibido absolutamente tocar o comer de ese árbol? Generaciones mas tarde, el faraón robó la liber­tad de los esclavos hebreos (Éxodo 1), y la tierra que su propio antepasado había entregado a los hebreos (Génesis 47:5-6). Los esclavizó, tal como el secuestrador secuestra a los indefensos. Esto ocurrió nuevamente muchas generaciones después, cuando los asirios capturaron a las diez tribus del norte, es decir el reino del norte de Israel, y luego, cuando los babilonios capturaron al reino del sur: las tribus de Judá y Benjamín. Esto es algo común en la historia de la humanidad desde que el primer hombre pisó la tierra. Una y otra vez, los tiranos han intentado hurtar la libertad y la propiedad de sus súbditos y la de sus vecinos. Ahora vivimos en un mundo caído y, restaurados en Cristo, tenemos el encargo de hacer avanzar el Reino de Dios en ese mundo. La tierra es del Señor. Él le ha dado al hombre el llamado a tomar dominio sobre la tierra, siendo la propiedad un aspecto central de ese dominio.

El derecho a gobernar la propiedad sobre la tierra le es dado, por la ley de Dios, al hombre y a la familia, no al Estado, proviene de la soberanía última de Dios sobre todas las cosas. Evidentemente, no siempre ha sido así, y muchos han pensado que esta soberanía pertenece al Estado. Por ejemplo, esta idea fue fundamental durante la Revolución Francesa (la antesala de la Revolución Rusa y la implantación del comunismo en ese país). Thomas Paine en «Los Derechos del Hombre», escribiendo para la Asamblea Nacional, declaró: “La nación es esencialmente la fuente de toda soberanía; no se le puede otorgar a ningún individuo, o a cualquier cuerpo de hombres, autoridad alguna que no se derive expresamente de ésta”. El Estado, al ser el «dios», y la fuente última de soberanía, era la fuente de toda autoridad, dominio, propiedad, moralidad, etc. La supuesta «abolición de la propiedad privada» que defiende el marxismo, es algo incierto: el hombre siempre va a tomar dominio de manera natural sobre todos los bienes, ya sea bajo la ley de Dios, lo que produce vida, o bajo la ley del hombre, lo que produce tiranía y muerte. Puesto que el hombre es caído, su naturaleza es la de ejercer un dominio pecaminoso, como podemos ver en la historia con hombres tales como Hitler, Stalin y varios reyes y Césares. El hombre debe ser regenerado e instruido en cómo ejercer un dominio piadoso sobre los bienes piadoso, centrado en Dios. En la Biblia, la acumulación de bienes no es un fin en si mismo, sino un medio, no va dirigida a ejercer poder sobre otros hombres ni en la mera codicia, sino en obtener más medios materiales con los que servir a Dios.

El hombre puede violar este Mandamiento «ilegalmente» (robando directamente a otra persona, estafándola, etc.) o «legalmente» (emitiendo leyes que le quiten a un grupo de personas para beneficio de otro grupo, mediante políticas económicas inflacionistas, etc.). Cuanto más se ejerce el hurto en una sociedad, sea quien sea, sea un hurto legal o ilegal, más atrasada es esa sociedad. ¿Para qué acumular riqueza, la base del crecimiento económico y la creación de empleo, si corro un grave peligro de que me roben o de que el Estado me lance el garfio y confisque una parte sustanciosa de la misma? Lo vemos en los «ghettos» de las ciudades grandes de EEUU, lo vemos en los países del Tercer Mundo, lo vemos ­en las sociedades dominadas por la Mafia, como el sur de Italia. Dondequiera que el hurto se convierte en un estilo de vida, dondequiera que se interfiere con la propiedad privada, ya sea por el Estado o por ladrones particulares, encontramos que esas sociedades no pueden prosperar. Además, cuando el Estado sobrepasa con creces sus poderes recaudatorios legítimos, hasta convertirse en un verdadero ladrón, la propia sociedad se envilece y solo es posible mantener a raya el crimen mediante un verdadero Estado policial. Miren el ejemplo de Venezuela: uno de los países más violentos y con mayor criminalidad de América que es, a la vez, uno en el que el Estado rapiña la mayor cantidad de riqueza del sector privado. O el de Cuba, otra de las sociedades más depauperadas moralmente por el socialismo, prácticamente, una casa de putas enclavada en el Caribe.

Como los demás Mandamientos, va dirigido no solo a los individuos. También a los gobiernos civiles de las naciones. La Biblia dice «No hurtarás». Lo que no dice es «No hurtarás, salvo por el voto de la mayoría». Cuando quien detenta el poder aprovecha la supuesta «legitimidad» que la da el haber sido elegido democráticamente para obtener de esta forma los bienes del prójimo, no dista mucho del maligno rey de Israel, Ahab, cuyo reinado se narra en el libro Primero de Reyes, quien codiciaba la viña más preciada de Nabot. Ahab arrebató la viña a Nabot acusándolo y condenándolo a muerte por medio de una insidiosa acusación falsa. Hoy día, el socialismo de todos los partidos políticos, al llegar al gobierno, establece impuestos progresivos, altos impuestos a la herencia, la redistribución de la riqueza, etc… En su codicia de confiscar la propiedad de otros, el socialismo se ha convertido en el falso acusador de millones de personas, cuyo único crimen es producir lo que satisface a los consumidores. En la entrada anterior he dicho que es pecado dar a quien esté en la pobreza por sus vicios: SÍ. Si Dios hubiese querido que el mundo funcionase en base a «la caridad» nunca habría limitado su requisito del 10% de los ingresos para atender a las necesidades del prójimo que se encuentre en esa situación de pobreza por cualquier eventualidad no culposa. Si Él hubiera querido que la acción de gobierno se basase en la mendicidad, no habría dado a los hombres las reglas de propiedad privada y del crecimiento económico. Él quiere que Su pueblo escape la mendicidad, no que construya su sociedad en base a ella (Deuteronomio 28:1-14).

La importancia de la propiedad privada reside en el hecho de que la gente solo se hará productiva si tiene una motivación de aumentar y disfrutar de su propiedad, si puede dejarla en herencia a sus hijos o donarla a aquellas entidades u organizaciones que entienda le representan mejor. Por este motivo, sostuvo Adam Smith, en el siglo XVIII, que no apelamos a nuestras necesidades cuando queremos los servicios del cervecero, del carnicero o del panadero, sino al suyo propio. El interés propio del prójimo es el medio por el que conseguimos que coopere con nosotros, no controlándoles, sino recompensándoles. ¿De qué otra forma los hombres trabajarían toda una vida y sacrificarían sus placeres presentes al ahorrar para el futuro, si esperasen que al final de sus vidas, vendrían otros hombres a confiscar su propiedad? ¿Esperaríamos que ellos se esforzaran en dominar las destrezas tan difíciles que se necesita en tantas profesiones o arriesgarían su patrimonio en inversiones, si creyesen que todas las ganancias y la mayor parte del salario que ellos ganaran al ejercer tales artes o al realizar tales inversiones servirán para apoyar a gente ­perezosa e irresponsable que ellos ni siquiera conocen? La respuesta es clara: NO. Y con ello, la sociedad sería privada de los beneficios y las bendiciones de estas inversiones de capital.

Acabar con la propiedad privada era fundamental para el marxismo, en su afán por acabar con la libertad. En 1847, en el «Manifiesto Comunista», Karl Marx escribió, «la teoría de los comunistas puede ser resumida en una sola oración: la abolición de la propiedad privada». Cualquier tipo de propiedad, señalaba, es «poder», y él le negaba el derecho a la propiedad a la persona o a la familia, el poder tenía que ser un «poder social». La familia, dijo, se basa en el capital, en la ganancia privada, la propiedad privada, y añadió que la familia «desaparecerá con la desaparición del capital». Para alcanzar la meta de la «comunistización social», Marx defendía el control estatal sobre toda la educación Sustituir las escuelas cristianas por escuelas controladas y sostenidas por el estado era para Marx un paso necesario hacia la destrucción de la familia y la propiedad privada. Otro tanto ocurría con la beneficencia: en la antigua URSS, la única no permitida era la ejercida por instituciones religiosas. Para Marx, era fundamental acabar con el «matrimonio burgués», según lo llamaba, abolir todo derecho de herencia, aumentar impuestos a los ingresos de forma progresiva, el requerimiento de que las mujeres debían trabajar, etc… Actualmente, no vivimos en un sistema marxista, ni mucho menos, pero todos estos fines socialistas, de forma más o menos atenuada, están en la agenda de todos los partidos políticos.

Cuanto menos segura es una sociedad a causa de la proliferación de hurtos y robos, menos libre es de producir en base a su propiedad. La gente tiene pánico de ser asaltada, gasta su dinero en medidas de seguridad, tiene que trabajar más duro para proteger los bienes que tiene, y la cantidad y el valor de esos bienes disminuye cada vez mas, los hombres de negocios dejan de producir tantos bienes para los consumidores y comienzan a producir cerraduras y alarmas contra ladrones. Entonces los consumidores terminan con mas cerraduras y menos bienes. Compran menos herramientas, menos bienes con capacidad para producir. El hurto reduce la riqueza actual de la gente honesta. Mas importante, termina por reducir la capacidad de compraventa de la gente, pues suele estar más preocupada por retener lo que tiene que por idear nuevas formas de incrementar la riqueza, el crecimiento económico disminuye con lo que, a su vez, decrece la capacidad del hombre para sojuzgar la tierra productivamente, conforme al pacto de dominio de Dios con el hombre (Génesis 1:26-28). A todo esto conduce que las leyes no castiguen duramente el hurto. En la Biblia se establece una dura pena pecuniaria para el hurto, consistente en la restitución. Ésta consistía en un pago devolutivo de 2, 4 ó 5 veces el valor de lo hurtado. Las penas se establecen en Éxodo 22:1 y los siguientes versículos (por ejemplo, en el versículo 1 se declara que “Cuando alguno hurtare buey u oveja, y lo degollare o vendiere, por aquel buey pagará cinco bueyes, y por aquella oveja cuatro ovejas”). El principio bíblico de restitución se basa en el valor de lo hurtado aumentado en su productividad potencial. Para los daños producidos por negligencia o descuido (Números 5:5-10 y Levítico 5:14-16) y ofensas menores de naturaleza deliberada que involucraran la propiedad (Levítico 6:1-7), debía restaurarse el capital principal, según el valor del bien dañado, más un 20%.

IX.- NO HABLARÁS CONTRA TU PRÓJIMO FALSO TESTIMONIO

El Noveno Mandamiento nos advierte frente a toda mentira y afirmación falsa que pronunciemos en perjuicio de nuestro prójimo. Mentir es algo odioso y una abominación para Dios, aparte de una de las cosas más destructivas para el prójimo (Proverbios 6:16-19: «Hay seis cosas que Jehová aborrece, y siete que le son detestables: los ojos que se enaltecen, la lengua que miente, las manos que derraman sangre», 10:18: «El que encubre el odio es de labios mentirosos; Y el que propaga calumnia es necio», 12:22: «Los labios mentirosos son abominables para Jehová, pero los que practican la verdad gozan de su favor», 19:9: «El testigo falso no quedará sin castigo, Y el que habla mentiras perecerá», 25:18: «Martillo y cuchillo y saeta aguda Es el hombre que habla contra su prójimo falso testimonio»; Levítico 19:11: «No robéis, no mintáis, no engañéis a vuestro prójimo»).

Es parte de la vieja naturaleza, algo que hemos de quitar de nuestros corazones (Colonenses 3:9). Pablo nos amonesta a “hablar la verdad” siempre a nuestro prójimo (Efesios 4:25). Debiésemos no solamente amar y hablar la verdad en lo exterior, sino conformarnos a la verdad interiormente: hablar la verdad en nuestros corazones (Salmos 15:2).

No significa que, obligatoriamente, debamos declarar sobre nuestra privacidad, sino que, en todo momento, hemos de decir verdad sobre nuestro prójimo, salvo excepciones, como salvar su vida (el caso de Rahab, la ramera que mintió para proteger las vidas de los dos espías enviados por Josué a la ciudad cananea de Jericó), o en tiempos de guerra, cuando la vida seguridad de nuestros compatriotas esté en juego, o en casos de seguridad pública (infiltración de agentes de policía en bandas criminales), o en actividades de inteligencia.

Un caso especialmente delicado es el de la mentira pronunciada por testigos ante los tribunales. En caso de que se juzgue un homicidio, la Biblia prescribe la pena de muerte para quien cometa perjurio, mintiendo bajo juramento ante un tribunal, buscando la condena a muerte de alguien: no solo era una violación del Noveno, sino también del Tercer y Sexto Mandamiento. Por una cuestión muy sencilla, quien comete el perjurio, cuando se está dirimiendo una condena a muerte para el acusado, busca matar dolosamente a éste, a través de un engaño malicioso a la justicia, que mueva a ésta a condenar y ejecutar la pena capital contra el mismo. Es como si pretendiera cometer un asesinato. Deuteronomio 19:16-21: “Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”.

X.- NO CODICIARÁS LA CASA DE TU PRÓJIMO, NO CODICIARÁS LA MUJER DE TU PRÓJIMO, NI SU SIERVO, NI SU CRIADA, NI SU BUEY, NI SU ASNO, NI COSA ALGUNA DE TU PRÓJIMO

Este Mandamiento, que cierra el Decálogo, nos pone de manifiesto que la ley de Dios no solo hace un requerimiento a las acciones del hombre sino también a su corazón. Debemos desear las cosas de Dios por encima de las cosas de este mundo, y solo de ese modo podremos desear que Su ley nos rija. Igualmente, esto es predicable de la sociedad y la nación, es necesaria una regeneración de ambas.

El Décimo Mandamiento desvela que nuestros pensamientos y acciones están relacionados. Por eso no es salvo quien «haga» esto o lo otro, adopte un cambio de costumbres y hábitos o haga una lista de buenos deseos, como los que se hacen en año nuevo; sino quien, en su corazón, por la gracia de Dios, se convierta en una nueva persona (no es un «nuevo hacer» sino un «nuevo ser»), puesto que del corazón parten siempre los buenos o malos deseos, y, desde allí, pasan a la mente y a la acción, sucesivamente. Nuestros pensamientos afectan nuestras acciones, y por ende, afectan a nuestro prójimo. En la ley de Dios es imposible desligar una cosa de la otra. En muchas ocasiones, seguramente, habremos albergado en nuestro corazón malos deseos hacia el prójimo. Puede que hasta hayamos elucubrado algún plan contra él, aunque sea fantasioso e irrealizable. Ya hemos obrado mal contra él: si no hemos pasado a la acción ha sido por pudor, por temor al castigo legal o por miedo a su venganza. La ley de Dios contrasta con la filosofía griega pagana del dualismo, que ha influenciado el pensamiento occidental de varias maneras. El dualismo pagano dice que la mente y el cuerpo están separados en dos ámbitos separados: la intención y el acto están divorciados. A veces el pensamiento dualista dice que las acciones no importan. Lo que importa es la intención del hombre (“todo está bien porque tenía una buena intención”). Otras veces el dualismo dice que la mente es libre para satisfacerse en cualquier cosa podrida puesto que solamente mis acciones importan. Cualquier aspecto del dualismo produce irresponsabilidad. El Décimo Mandamiento vincula la mente y el cuerpo del hombre con la ley. Jesús declaró claramente en el Sermón del Monte que ambos, los pensamientos y las acciones de los hombres, son abordados en la ley de Dios. Seguramente tú, yo, o cualquiera de los hombres que hoy pisan la tierra, tenemos muchos más malos deseos y pensamientos sucios, deshonestos, maliciosos o depravados de los que arrepentirnos y por los que clamar a Jesucristo como salvador, que de acciones que hayamos llevado a la práctica.

La conspiración o el fraude de ley para causar daño es algo que viola este mandamiento. La codicia puede ser mala o buena. La Biblia nos dice que hemos de “procurar (desear) los mejores dones” (1 Corintios 12:31). Desear fervientemente las cosas de Dios es lo que estamos llamados a hacer. Por el contrario la codicia o la ganancia malvada está condenada por Dios, al contrario de la ganancia honesta y el deseo ferviente piadoso. El Mandamiento también tiene un aspecto externo puesto que condena cualquier intento por obtener algo para uno de manera ilegal, ya sea por fraude, coerción, o engaño, que le pertenezca a nuestro prójimo, algo que se aplica tanto a los individuos como a los gobiernos.

En esencia, como he comenzado diciendo, el Mandamiento nos conmina a que, ante todo busquemos las cosas de Dios, antes que las mundanas. Ciertamente, esto es lo más difícil en muchas ocasiones. Obedecemos con mucha mayor facilidad el sentido negativo de los preceptos de la ley bíblica que el positivo, aquellos que van dirigidos al avance del Reino de Dios.

Pero no hay motivo para el desánimo, sobre todo si se acaba de nacer de nuevo o si aún se es joven en la fe. La salvación es una obra sobrenatural muy poderosa por parte de Dios. El Dios que te rescata de la condenación del pecado sigue y sigue trabajando cada día, cada mes y cada año para rescatarte cada vez más del poder del pecado. Dios, con su gracia, te convierte en una nueva criatura con una nueva relación con el pecado, incluso aún cuando todavía caigas ocasionalmente en el pecado. Entablar una relación personal con Dios es entablar una nueva relación con el pecado: si antes lo amabas, ahora lo odias. Gracias a la obra expiatoria de Jesucristo en la cruz, con la capacitación del Espíritu Santo, podemos mostrar nuestro amor por Él guardando Sus Mandamientos. Nunca tendremos una obediencia total en esta vida, pero a medida que crezcamos en la salvación podemos vivificar, desear fervientemente las cosas de Dios, deponer nuestras vidas, edificar una riqueza piadosa, tomar dominio sobre la tierra, elogiar a nuestros hermanos y alabar a nuestro Dios de palabra y de hecho.

Finaliza aquí esta exposición en ocho entradas, que inicié allá por la segunda semana de agosto. Espero haber sabido reflejar (aunque haya sido mínimamente) cómo la ley de Dios, aunque jamás será perfectamente aplicable por hombres falibles, genera bendiciones y frutos de vida en los individuos y las naciones, en forma de más libertad y más prosperidad, garantizando, al mismo tiempo, una sociedad segura frente al malvado, en la que esa libertad y prosperidad puedan florecer.

Buen domingo y reciban las bendiciones de Dios.


Respuestas

  1. Javier — no se pierda vd por favor este magnífico vídeo titulado LA CATOLIFICACIÓN DE ESTADOS UNIDOS. Es un poco difícil de seguir si no habla vd inglés porque además el sonido no es claro PERO…atención si puede sobre todo al minuto 3 al 4.50 mas o menos donde el señor a la derecha habla de como EEUU ha estado cambiando de ser una nación protestante y libre, a una nación papista y liberticida (justamente lo que dice su pastor y el mío) — da el ejemplo de México e Italia: paises que no son muy limpios por ejemplo, ni por supuesto libres…pero sin embargo el norte de Europa tradicionalmente ha sido más libre (salvo Suecia — aunque ésta es ATEA hoy) que el católico sur. Yo estoy convencido que más que «lo racial», lo que de verdad determina la superioridad es la fe — o se tiene la fe de la Biblia, que es la que Dios nos da, o se tiene fe en el hombre, catolicismo:

  2. **El vídeo también habla de la LEY DE DIOS y de cómo la gente hoy en día (el de la derecha es un ABOGADO como nosotros) abogado cristiano y habla también de como se ha perdido TOTALMENTE EL RESPETO — tanto asi que como bien dice, la gente aparece en pijama ante el juez (aunque les mandan a casa, claro) pero…luego el de mano izquierda, el pastor, habla de la PERNICIOSA influencia que tuvo la emigración de europeos continentales a EEUU que tenian entrenamiento de los jesuitas (como el ejemplo de Heidegger…que era un filósofo entrenado por los jesuitas) y bueno, después de la IIGM EEUU se llena de inmigrantes europeos que portan estas doctrinas venenosas y anticristianas — resultando en el movimiento «hippy» de los años 60 — cuya filosofía era «¡VIVE AHORA!» Precisamente el respeto viene del TEMOR A DIOS, ¿Amén Javier? Y sin este temor a Dios tenemos ANARQUÍA DIABÓLICA Y NINGUNA LIBERTAD, como viene usted apuntando en la serie.

    No es de extrañar pues que tenemos una juventud tan perdida, que dice «no me impongas tu fe» o dicen «ley y moral no tienen nada que ver» y por supuesto ignoran que ellos SÍ imponen su humanismo anticristiano sobre los cristianos. NO HAY NADIE NEUTRAL. O se tiene a Dios y Sus leyes, o eres un servidor de Satanás y su filosofía – y acabarás muerto entre las llamas de tu propio pecado sucio sin Cristo y Su libertad.

  3. Buenas, Alfredo:

    Evidentemente, sin dar muchas más vueltas a los tontainas del otro día, pues no son más que unos pobres diablos (en realidad, peores aún: por lo menos, los demonios escuchan el nombre de Dios y tiemblan. Estos ni eso, se mofan), pero a nivel analfabeto y cateto, ellos reflejan lo que otros sostienen de forma más “culta y refinada”: si hace siglos te enviaban a la hoguera por leer la Biblia, ahora lo que hay que hacer es desacreditar y desprestigiar, apelando a que el hombre moderno ya es “maduro” racionalmente, no como el de hace décadas o siglos, y a que la ciencia ya nos da las respuestas infalibles a todo lo relativo a la existencia humana, cuando creo recordar que fue el filósofo Karl Jaspers quien dijo la aceptación del conocimiento científico (que cualquiera lo aceptamos) no es, en modo alguno, la muerte de la fe revelada, ya que ésta no es alcanzable por el conocimiento científico, por el que no es ni tan siquiera tocada. En realidad, todos estos tipos no se guían por “la razón”, como dicen ellos, ni por la argumentación, sino por la moda, ahora lo que está de moda es desacreditar la Biblia con “¡talibán, talibán, fundamentalista (payasos, ¿sabrán lo que significa eso?)!”. Pensarán ser muy “libres” pero no son más que perritos falderos del sistema socialista y demoníaco que tenemos impuesto, que les suministra toda clase de vicios a cambio de su sumisión y que estén todo el día “semoj mu librej”.

    Muy interesante el video, aunque hay que prestar mucha atención, pero más o menos se entiende el fondo. Sobre el tema de la “catolificación” de EEUU, del artículo del Dr. Monjo, las mejores reflexiones sin duda son:

    “De entrada nos encontramos con algo evidente: la formación, naturaleza y fines políticos y religiosos de los Estados Unidos es la negación histórica de la formación, naturaleza y fines políticos y religiosos del Vaticano . La libertad política y religiosa que encarna el nacimiento de esa nación es lo más contrario que pueda verse respecto al Vaticano. Son ideas irreconciliables. Eso de entrada, pero antes de salir, ya hay que adelantar que cuando se da un beso idílico entre Estados Unidos y el Vaticano, como en la actualidad cercana, algo ha pasado. Algo se ha cambiado; y no ha sido el Vaticano precisamente. Hemos de deducir que el cambio se ha producido en la acción y conciencia de Estados Unidos.

    Si algún candidato, como afirman algunos, quiere recuperar el honor y la dignidad de los Estados Unidos, no estaría de más recordar que eso no se puede hacer de la mano del Vaticano. Precisamente en la idea de libertades que los fundadores llevan a esa tierra está la liberación de lo que el Vaticano, como institución política y religiosa, supone. Querer retomar esa raíz, de la mano de lo que era su contrario natural, es una natural incongruencia. Pero eso es lo que se espera hoy, a menos que alguien despierte”.

    Y la RAÍZ DEL PROBLEMA, sin duda:

    “Pero ya el Estados Unidos de la primera época, ha muerto; el Vaticano de la primera época, sigue vivo. El Mesías lo matará con la Espada de su boca, y a todos los que se cobijan bajo sus alas”.

    No lo sabemos con seguridad, pero puede que EEUU esté ya en un proceso irreversible, en todo caso, pase lo que pase, hay que seguir defendiendo la fe y la libertad.

  4. Este Javier que hijo puta es.

  5. mongolo

  6. GRINGO, ¿qué le pasa al mejicanito, al indiecito Putumaya?

    ¿Se le ha subido la lejía a la cabeza de tanto restregar el suelo de las letrinas públicas de Houston (Tejas)? Suponiendo que conozca la existencia de ese producto de limpieza, que es mucho decir. ¿Ya se le han acabado los subsidios que Obama regala a los parásitos espaldas mojadas de su calaña?

    Hijo puta será tu padre, por lo menos, el mío se quién es. No como tu caso, que te lo ocultaron para que no sufrieras el trauma de enterarte de que eras fruto de una relación incestuosa.


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