Posteado por: Javier | May 5, 2013

El culto celestial y el culto en la tierra (II): la Eucaristía

Voy a concluir hoy con este estudio sobre la recuperación de la excelencia de la liturgia cristiana (iba a ser solo uno pero, como me ocurre a veces, se alargó más de lo que preveía).

Por encima incluso de todo lo anterior, las iglesias deben tomar en serio la doctrina bíblica de la presencia real de Cristo en el sacramento de la Cena del Señor o Eucaristía (creo que no hay problema con este término, aunque haya a quien no guste porque suene a “católico romano”, pero “Eucaristía” es esencialmente “acción de gracias”, con lo que no es inadecuado, de modo que en esta entrada voy a utilizar indistintamente los dos términos). Hay que regresar al modelo bíblico de culto centrado en Jesucristo, que significa la celebración semanal de la Cena del Señor, así como la enseñanza sobre su verdadero significado y eficacia. En muchas ocasiones el culto de los reformados ha terminado convirtiéndose en desnudo e intelectualizado, cuando esto en absoluto es bíblico y vamos a ver que ni siquiera el propio Calvino defendía un culto exclusivamente “intelectualista”.

Volviendo al libro de Apocalipsis a Juan se le indica por el ángel que escriba: “Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero”. Lo que significa que el pueblo de Dios ha sido salvado de la prostitución del mundo para convertirse en la Esposa de su Hijo unigénito, y la señal de ello es la celebración cada semana de la fiesta sagrada de la Iglesia, la Eucaristía.

Ni que decir tiene (pero, desafortunadamente, hay que decirlo) que la Eucaristía es el centro del culto cristiano, es lo que se nos manda hacer cuando nos reunimos en el día del Señor. Todo lo demás es secundario. Ello no quiere decir que las cosas secundarias no sean importantes. Hay que enseñar la Palabra, la doctrina bíblica e instruir en la fe, y es algo necesario para el crecimiento espiritual y edificación de la Iglesia. Pero el corazón del culto cristiano es el sacramento del cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Así dice el Apóstol Pablo en 1 Corintios 10:16-17: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan”; y 11:20-34: “Cuando pues os juntáis en uno, esto no es comer la cena del Señor. Porque cada uno toma antes para comer su propia cena; y el uno tiene hambre, y el otro está embriagado. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿ó menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis á los que no tienen? ¿Qué os diré? ¿os alabaré? En esto no os alabo. Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fué entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí. Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga. De manera que, cualquiera que comiere este pan ó bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno á sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. Porque el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros; y muchos duermen. Que si nos examinásemos á nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados. Mas siendo juzgados, somos castigados del Señor, para que no seamos condenados con el mundo. Así, que, hermanos míos, cuando os juntáis á comer, esperaos unos á otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, porque no os juntéis para juicio. Las demás cosas ordenaré cuando llegare”.

En Hechos 20:7 se describe que los discípulos se reunían el primer día de la semana para partir el pan y celebrar el sacramento y en el Didajé, uno de los primeros documentos cristianos, se contiene esta exhortación: En el día del Señor reuníos y romped el pan y haced la Eucaristía, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro”. Con lo que, desde el siglo I, el mayor privilegio de la Iglesia es su participación semanal en la comida eucarística, la cena de las bodas del Cordero. Es una tragedia el descuido de la Cena del Señor, observándola sólo en raras ocasiones (algunas de las llamadas «iglesias» hasta han abandonado la comunión por completo). De lo que debemos darnos cuenta es de que el servicio del culto oficial de la Iglesia en el día del Señor no es simplemente un estudio bíblico o alguna reunión informal de almas que piensan de manera similar (eso lo pueden hacer tanto cristianos como incrédulos). Al contrario, es la fiesta de bodas formal de la Esposa con su Esposo. En este artículo no voy a entrar a debatir sobre la transubstanciación católica romana, pues lo ocuparía todo hablar de algo que no es el tema central aquí, pero no deja de ser irónico que, habiendo sido uno de los principales puntos en disputa en la controversia de la Reforma Protestante el hecho de que la Iglesia Católica Romana admitía a sus miembros a la Eucaristía sólo una vez al año, ahora mismo la práctica católica de la comunión supera en frecuencia a la de la mayoría de las iglesias «protestantes».

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana (y hay que volver a decir que lamentablemente parece que esa centralidad de la Eucaristía en la misa católica es lo que ha llevado a algunas iglesias protestantes a dejarla como algo muy secundario y esporádico o directamente a abandonarla, como si fuera un mero “ritualismo católico”) y el símbolo de la restauración en Cristo de la relación de comunión con Dios. Es dar gracias por esa restauración.

En cuanto a la real presencia de Cristo en el sacramento, éste es uno de los misterios fundamentales de la fe cristiana. Lutero y Calvino eran dos reformadores, no eran en absoluto un par de “revolucionarios”, y aunque no aceptaban la interpretación católica también rechazaban la de Zuinglio y la de los anabaptistas, que veían en el sacramento un mero símbolo y una conmemoración. La posición de Lutero era que la presencia de Cristo no sustituía la presencia del pan y el vino sino que era agregada al pan y al vino. Lutero sostenía que el cuerpo y la sangre de Cristo de algún modo estaban presentes con, en, y bajo los elementos del pan y el vino (consubstanciación).

Juan Calvino, por otro lado, cuando debatía con Roma y con Lutero, negaba la presencia «sustancial» de Cristo en la Cena del Señor. Sin embargo, cuando debatía con los anabaptistas, que reducían la Cena del Señor a una mera conmemoración, insistía en la presencia «sustancial» de Cristo. Superficialmente parecería que Calvino estaba atrapado en una contradicción flagrante. Sin embargo, examinando los detalles, vemos que Calvino utilizó el término sustancial de dos maneras diferentes. Cuando se dirigía a los católicos y a los luteranos, utilizaba el término sustancial para significar «físico». Negaba la presencia física de Cristo en la Cena del Señor. Cuando se dirigía a los anabaptistas, insistía en el término sustancial en el sentido de «real». Calvino de ese modo estaba argumentando que Cristo estaba presente de manera verdadera y real en la Cena del Señor, aunque no en un sentido físico.

Como Calvino rechazó la idea de la comunicación de atributos de la naturaleza divina a la naturaleza humana, fue acusado de separar o dividir las dos naturalezas de Cristo y de cometer la herejía nestoriana, que había sido condenada por el Concilio de Calcedonia en el año 451. Calvino respondió que él no estaba separando ambas naturalezas sino que las estaba distinguiendo entre sí. La naturaleza humana de Jesús está localizada en el presente en el Cielo. Permanece en perfecta unión con su naturaleza divina. Aunque la naturaleza humana está contenida en un lugar, la persona de Cristo (como segunda persona de la Trinidad) no está contenida del mismo modo porque su naturaleza divina todavía tiene el poder de la omnipresencia. Jesús dijo: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). De todas formas, he de decir que la explicación de Calvino no me satisface del todo, puesto que defiende una idea de un Cristo ascendido a los Cielos y con un cuerpo de carne con la misma naturaleza que tenía antes de la Resurrección, limitado por el espacio y el tiempo, y contenida en una determinada forma y aspecto, cuando los atributos del Cristo glorificado con lo que coinciden es con la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 15, con la visión de Juan en Apocalipsis o con el propio testimonio de los Evangelios con respecto a la naturaleza de su “cuerpo espiritual”, que nos llevarían más bien a pensar que el cuerpo de Cristo, una vez que éste ascendió y dejó esta tierra, estaría fuera de la dimensión del mundo creado y limitado por el tiempo y el espacio y, pasaría a ser de una naturaleza inexplicable. Sencillamente, en el estado terrenal en que nos encontramos ahora no podemos explicar ni concebir la naturaleza del cuerpo de Cristo, no tenemos esa capacidad, puesto que, al ser un cuerpo espiritual, no preservaría determinado aspecto o forma, ni estaría delimitado temporal o espacialmente. ¿Cómo puede ser que un cuerpo no tenga esos atributos ni esas limitaciones? Es uno de los misterios de la fe. Lo que ocurre es que Calvino, al afirmar el hecho que Cristo se encuentra en los Cielos en carne, como hombre, y en todas partes como Dios, quería enfatizar que la transubstanciación católica y la consubstanciación luterana no eran posibles pues era como si el hombre pretendiera por su capricho o voluntad traer la carne (física) de Cristo desde el Cielo a la tierra.

En la Eucaristía somos partícipes de Cristo. El cuerpo y la sangre de Cristo están realmente presentes, no solo su divinidad. Ahora bien, la diferencia entre lo que decía Calvino y la transubstanciación católica es que el pan y el vino son signos de una realidad espiritual (representan el mantenimiento del espíritu, como físicamente son mantenimiento de nuestro cuerpo, es decir, son una comparación de lo que significa alimentarse del cuerpo y la sangre de Cristo), pero continúan siendo pan y vino, sin ningún cambio de sustancia.

Como el pan mantiene la vida de nuestro cuerpo, de la misma manera el cuerpo de Jesucristo es el único mantenimiento para alimentar y vivificar el alma, y lo mismo se aplica al vino y a su sangre. Pero esto no quiere decir que sean un mero símbolo, como decía Zuinglio, pues sería reducir la fe a un mero intelectualismo, o sea, un simple creer intelectual, que no salva ni es una fe genuina. Mirar el pan y el vino y a partir de ahí simplemente recordar el sacrificio de Cristo sería como leer pasajes evangélicos de la muerte y resurrección y asentir intelectualmente al mensaje que se recibe. Se puede reconocer algo relacionado con Jesucristo como cierto y lógico sin tener fe salvadora en ello. El comer la carne y beber la sangre de Cristo no es la fe en sí misma (esta es la distinción que hacía Calvino), sino que surge de la fe en la salvación que es ofrecida gratuitamente en Jesús.

Pero, si no hay una transformación del pan y el vino, ¿cómo participamos entonces del cuerpo y la sangre de Cristo? Por medio del actuar del Espíritu Santo es como tenemos esta comunión con Cristo. Él no se manifiesta directamente a través de los signos del pan y el vino, ni se manifiesta debajo de ellos, sino que existe un paralelismo entre la recepción de los elementos en la Cena y la acción del Espíritu de Cristo, pero los elementos y el Espíritu permanecen distintos y diferentes. Lo que ocurre es que los elementos sí tienen importancia y por algo los instituyó Cristo mismo (es lo que hablaba en la entrada anterior sobre la necesidad del simbolismo), no podemos eliminarlos y simplemente tener una comunión espiritual. Como los hombres somos tan torpes e inútiles, y tan débiles, para las cosas de Dios, Él designa los elementos del pan y el vino como representación del recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, pues son una analogía y un símbolo perfecto. Pero el mero símbolo es algo vacío (como ocurre con la liturgia; es necesaria, pero por sí sola está vacía).

El fin del sacramento es sellar y confirmar la promesa por medio de la cual Él testifica que su carne es verdadera comida y su sangre bebida (Juan 6:56) que nos alimentan hacia la vida eterna (Juan 6:55). Lleva nuestros pensamientos a la promesa de la Cruz y la redención y nos confirma que es una realidad, la cual constituye una verdadera comunión, efectuada por el Espíritu Santo, con el cuerpo y la sangre del Cristo crucificado y resucitado. Es una comunión que procede de la fe: por fe nos acercamos al sacramento, por fe tomamos los elementos y por fe levantamos nuestros ojos más allá de los signos a las realidades espirituales.

Y así terminamos en el punto al que quiero llegar: solo un verdadero creyente en quien more el Espíritu Santo obtiene provecho del sacramento y una comunión con Cristo, comer su carne y beber su sangre. Calvino quiso conservar la esencia del misterio de la Eucaristía tal como la entendía la Iglesia Católica (ya he dicho antes que no era un revolucionario, era un reformador), lo que consideraba es que se había confundido la señal con aquello a lo que se señalaba (mientras los luteranos, por su parte, habían dejado casi tapado el misterio enalteciendo los símbolos y, a su vez, los seguidores de Zuinglio habían destruido toda conexión entre misterio y símbolo).

El culto, podemos concluir, como la Eucaristía, precisa formalidad, liturgia, simbolismo y belleza, junto con fe y comunión. No se puede separar un elemento del otro. Pero igual que un culto solemne y bello pero vacío es nada, sin este elemento simbólico puede convertirse en algo frío y simplemente intelectual.


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  1. […] consideraba un símbolo que no permite la Biblia). Como bien dice, por otra parte, don Javier en su entrada, “Hay que regresar al modelo bíblico de culto centrado en Jesucristo, que significa la […]


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