Posteado por: Javier | septiembre 18, 2011

Golpe al sueño keynesiano

Francamente, es verdaderamente impresionante la forma en que ha cambiado el panorama (a peor) desde aquellos inicios del otoño de 2008 hasta el día de hoy. Aquellos días iban a ser los del alumbramiento de una nueva «Era de Keynes», tras la muerte definitiva de la de Friedman y el «enterramiento» de Reagan y Thatcher. Cualquiera era el «guapo» que en aquellos tiempos afirmaba ser liberal y capitalista, pero, a la larga, el tiempo termina dándonos la razón a los que, pase lo que pase, siempre hemos afirmado que lo que se necesita para crear empleo y prosperidad no es más socialismo (aunque sea la versión «light» keynesiana) sino más libertad.

Los tiempos que se avecinan se presentan muy duritos y muy tensos, tanto en Europa como en EEUU (recordemos lo propenso que es el mes de octubre a los cracks financieros), entre otras cosas, como todos sabemos, porque a partir de este año ya no van a ser entidades bancarias privadas las que estén en riesgo de quebrar, sino Estados. La actual crisis no se originó en la deuda pública, sino una acumulación de deuda privada fomentado por un sistema bancario privilegiado y respaldado por la maquinita de imprimir dinero del Banco Central, sin embargo, la bola de nieve que tenemos actualmente encima sí procede de las gigantescas emisiones de deuda pública que siguieron a aquello. A partir de ahí empezó la tarea de los gobiernos de colocar esa deuda pública basura en las entidades bancarias privadas y los bancos centrales, a fin de obtener fondos con los que, decían, iban a reactivar la economía. Ahora lo que se encuentran es con unos activos tóxicos similares a las hipotecas basura que tenían, solo que esta vez los deudores son gobiernos, como el griego, el cual está a punto de no poder pagar nóminas de funcionarios ni pensiones, a partir de octubre, y que no pueden ser mantenidos a flote más que por una red mafiosa como la de la UE y el saqueo de los bolsillos de los ciudadanos de los países más prósperos que la componen, todo por el afán de intentar dar respiración asistida a ese ya semimuerto que es el euro.

En EEUU, tras esta ración de keynesianismo que llevan, tampoco es que anden para tirar cohetes: la economía parece estar estancada y en punto muerto, tras crear un total de CERO empleos en agosto, y después de dos meses de casi CERO crecimiento. Las débiles cifras de empleo están poniendo en riesgo el PIB de EEUU. Para colmo, hace dos días tanto el BCE como la Fed estadounidense, dos de los principales protagonistas de la crisis, se pusieron de acuerdo para inyectar millones y más millones de dólares a los bancos de la zona euro en tres operaciones de préstamo a un plazo de tres meses, o, lo que es lo mismo, un nuevo intento de dar respiración asistida a la moribunda y llamada de forma tan rimbombante «moneda común europea».

La idea keynesiana de intentar incrementar la demanda total (es decir, la «demanda agregada») y de generar empleo mediante el gasto público ni ha funcionado, ni funciona ni funcionará nunca. Sin embargo, a pesar de fallar siempre, nuestros gobernantes siempre vuelven a caer en la misma piedra, intentando de nuevo el método keynesiano y aumentando la losa de la deuda, sin que la economía y el empleo se reactiven, más allá del efecto temporal que tenga la inyección puntual de dinero, efecto que siempre, sin embargo, se desinfla al poco tiempo. Esto no es sorprendente. La política del estímulo keynesiano se edifica sobre el supuesto de que el gasto gubernamental tiene un efecto multiplicador sobre la economía, lo que significa que por cada euro gastado por el gobierno se añade más de un euro a los ingresos nacionales totales. El error está en ignorar el hecho de que para que el gobierno recaude dinero para gastarlo con déficit, primero debe retirar ese dinero de la economía privada a través del endeudamiento, resultando en un multiplicador reductor de igual magnitud. Los dos conjuntos de multiplicadores se cancelan entre sí. No hay incremento neto de la demanda total. Lo mismo ocurre con las reducciones de impuestos que defiende el keynesianismo, dirigidas, no a la productividad, recortar impuestos que graven las actividades productivas y el ahorro, sino a aumentar la disponibilidad de dinero para el consumo esporádico de bienes no imprescindibles. Si el gobierno no aumenta el gasto pero reduce los impuestos que gravan el consumo, sigue necesitando emitir deuda pública para que la economía privada le ayude a financiar sus niveles de gasto.

El gobierno siempre ha fracasado en sus intentos de llegar a la prosperidad gastando más y más dinero. En los años 30, el «New Deal» duplicó el gasto federal y, sin embargo, el desempleo permaneció por encima del 20% hasta la II Guerra Mundial. Japón respondió a la recesión de los años 90 aprobando diez paquetes de estímulo en ocho años, creando con ellos la mayor deuda nacional en el mundo industrializado, pero, sin embargo, su economía continuó igualmente estancada. En EEUU, en 2001, el presidente Bush respondió a la recesión “inyectando” devoluciones de impuestos a la economía, la cual no respondió hasta dos años después, cuando se pusieron en práctica las rebajas de impuestos. En 2008, Bush intentó evitar la actual recesión con otra ronda de devoluciones de impuestos pero la recesión continuó empeorando. En 2009, Obama gastó en su propuesta de estímulo 787.000 millones de dólares, con la intención impedir que el desempleo excediera 8%, pero en noviembre de 2010 las cifras superaban el 10%. En el mismo año, en España copiamos el plan de estímulo norteamericano, mediante el esperpéntico y nefasto «Plan E», nuestra versión del keynesianismo «made in Spain», que, a cambio de colocar temporalmente y por unos meses a varios miles de personas en levantar aceras y volverlas a reponer después, ha disparado igualmente nuestra deuda y, a la larga, nuestro nivel de desempleo, llegando a niveles del 20%.

Los keynesianos, ocho décadas después de que su maestro John Maynard Keynes elaborase su teoría, piensan que el estado de shock por la incertidumbre económica de una recesión hace que la demanda de bienes y servicios baje significativamente por debajo de la oferta potencial, de modo que, según la gente va dejando de gastar dinero, las empresas disminuyen la producción y un círculo vicioso de caída de demanda y producción reduce el tamaño de la economía. La solución: el gasto gubernamental para compensar esta caída de demanda privada. En una economía de bajo rendimiento en el sector privado, el gasto gubernamental añade dinero a la economía Da igual cómo y en qué se gasten, por muy ridículo e inútil que sea el lugar en que se inyecte el dinero por el gobierno. Se dice que Keynes afirmó que un programa del gobierno que pague a la gente para que cave zanjas y las vuelva a llenar sería una nueva fuente de ingresos para que esos trabajadores gasten y ese dinero circularía por la economía, creando a su vez aún más trabajos e ingresos. Los keynesianos piensan que el consumo añade inmediatamente crecimiento económico, mientras que el ahorro no lo hace. Con este razonamiento, el subsidio de desempleo o de comida y las devoluciones de impuestos para bajos ingresos (ahí estuvo la promesa electoral de ZP de la devolución de 400 euros o el cheque-bebe, de las que tuvo que retractarse, sencillamente, por falta de dinero en los presupuestos con los que cumplirlas) están entre las políticas de estímulo más efectivas, debido a su mayor probabilidad de ser dinero consumido y no ahorrado.

El keynesianismo piensa que el gobierno puede inyectar nuevo dinero en la economía, creando demanda pública y aumentando la producción, pero ¿de dónde obtiene el gobierno el dinero que inyecta en la economía? El gobierno no tiene una caja fuerte con dinero a la espera de ser repartido. Cada dólar, cada libra, cada euro, primero ha de ser extraído de la economía como impuestos o tomado prestado. No se crea nuevo poder de gasto de otros países: el gobierno no «da» nada, simplemente, redistribuye de un grupo de gente a otro. El gobierno no puede sacar de la nada un nuevo poder de compra o consumo. Si financia nuevo gasto con impuestos, está simplemente redistribuyendo un poder existente de consumo (a la vez que disminuyen los incentivos para crear ingresos y producción, al saberse que el Estado va a meter el garfio y arrancar un porcentaje sustancioso de los mismos) que antes residía en el sector privado. Si se toma prestado el dinero de inversionistas nacionales, estos tendrán mucho menos que invertir o gastar en la economía privada. Si se toma prestado dinero de extranjeros, la balanza de pagos se ajustará aumentando en igual medida las importaciones netas, dejando el total de demanda y producción sin cambios. Los grandes «paquetes de estímulo», en realidad, pese a su nombre, no estimulan nada, más allá que el desempleo, ya que transfieren recursos del sector privado, más productivo, al gobierno, menos productivo, y la deuda, puesto que al crecer los déficits presupuestarios, por la necesidad de encontrar fuentes con que financiarlos, elevan las tasas de interés del dinero prestado (como está ocurriendo en toda Europa y EEUU), cargando una losa sobre las generaciones venideras. Simplemente, son la justificación perfecta que encuentran los políticos para repartir dinero de los impuestos a sus electores más afines. En eso sí tienen una grandísima utilidad.

Quién sabe, ¿será esta crisis el golpe definitivo al sueño keynesiano?

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OFF TOPIC:

Allá por julio, hubo aquí una gran controversia con el tema de la regulación de la pornografía.

Bien, aparte de la posición de Thatcher, es muy interesante la de Reagan:

En EEUU, allá por 1970, una comisión del gobierno, la Comisión Presidencial sobre la Obscenidad y Pornografía, declaró que la pornografía era terapéutica y recomendó la revocación de las leyes sobre la obscenidad. Nadie puede entender lo que estaban pensando los miembros de la comisión, aunque muchos eruditos del tema piensan que los influyeron la camarilla política de los «pornógrafos». La pornografía es una industria que mueve más de tres billones de dólares (estadística del FBI). Un lobby concreto se constituyó en grupo de presión y tuvo éxito.

En 1986, el Presidente Ronald Reagan ordenó que el Fiscal General Edwin Meese nombrara una comisión para investigar a los resultados de la pornografía. Los ordenaron a “determinar la naturaleza, extensión, e impacto sobre la sociedad de la pornografía en los EEUU, y hacer recomendaciones específicas al Fiscal General concerniente a maneras más efectivas para detener al esparcimiento de la pornografía consistente con las garantías de la Constitución”. Lo que encontraron fue que la pornografía estaba relacionada con el crimen organizado, violencia y degradación sexual, injusticia civil, y otras cosas dañinas a la sociedad. La comisión recomendó enfáticamente que las leyes en contra de la pornografía y obscenidad fueran fortalecidas e impuestas. Los «pornógrafos», por supuesto, alegaron la «libertad de expresión». Ya aclaré en esa entrada porqué entiendo que la pornografía no entra dentro de la «libertad de expresión».

Según afirmó en 2002, Edwin Feulner, miembro de la Fundación Heritage: «La verdad es que la pornografía no es un crimen sin víctima. Es destructiva a la unidad base del país, la familia. Es un hecho que hoy la pornografía del internet es citada como una causa del aumento de divorcios».

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