Posteado por: Javier | marzo 13, 2013

¿En qué consiste una teoría conspiranoica?

Las fechas en que estamos y el aniversario del lunes vienen al pelo para esta entrada. 

¿Cómo se monta una teoría conspiranoica?

En primer lugar, hay que decir que todos los hombres tenemos por naturaleza una cierta tendencia a la «paranoia», unos más, otros menos. Es uno de nuestros mecanismos de defensa ante el medio. Buscamos adaptarnos al medio en que vivimos, buscamos patrones allí, identificamos y reconocemos peligros y buscamos la forma de defendernos de ellos. Estamos siempre alerta ante lo que sospechamos que puede que no sea como pensábamos que era. Este instinto natural puede incluso llevarnos a creer que existe una realidad paralela en la sombra, alternativa a la que es reconocida «oficialmente». Aquí es donde llegaríamos a desarrollar una «teoría conspirativa» sobre cualquier hecho o suceso.

Si se fijan, toda teoría de la conspiración suele seguir unos patrones más o menos fijos, basados en que el mundo está dividido en tres clases de personas: 

1) Los conspiradores. Son muy malvados y tienen mucho poder. Son capaces de hacer lo que sea, por escabroso y retorcido que sea, pues su sed de dinero y poder no tiene límites. Pero siempre cometen algún error. Siempre fallan en algo de forma que hay alguien que consigue destapar sus planes. 

2) Los idealistas. Son los bondadosos defensores de la libertad que consiguen destapar a los malos, los conspiradores, en el momento en que estos cometen algún error que desvela sus planes ocultos. 

3) Los inocentes. Son el resto de la población. Son buenos pero viven engañados y en la inopia. Son algo así, para hacernos una idea, como esos humanos que en la película «Matrix» salían en una especie de estado de animación suspendida, enganchados a unas máquinas a las que alimentaban, mientras éstas les implantaban en su cerebro una «versión oficial» de la realidad. Aunque no quieran y vivan felices en el mundo ficticio que les han montado, serán salvados de los malos, o sea de los conspiradores, por los idealistas.

¿Cómo consiguen mantener el control tanto tiempo los conspiradores? Muy fácil, la teoría conspirativa cada vez les va atribuyendo más y más poder. Primero empiezan como una reducida camarilla de «hombres de negro» conspirando encerrados en algún bunker ultra-secreto y envueltos en humo de puros. Sin embargo, a medida que la teoría conspirativa se va desarrollando, sus tentáculos se extienden cada vez más y más. Cada vez hay más ramificaciones en la trama, cada vez resulta que hay más agentes infiltrados en cada vez más departamentos, cada vez todo apunta más arriba, incluso los conspiradores están infiltrados en el propio gobierno. Al final, resulta que los conspiradores lo controlan todo. Esto es un proceso que dura años. Es como las capas de una cebolla o como las del tronco de un árbol, cada vez van aumentando más.

Las teorías conspiranoicas suelen mantenerse en pie gracias a su sectarismo, pronto se convierten en un sistema dogmático de creencias. Si no hay pruebas, es porque la conspiración las ha ocultado. Y si hay pruebas que demuestran que la conspiración no es tal, es porque los conspiradores han sembrado el terreno de pruebas falsas (algo que pueden hacer perfectamente, gracias a su casi absoluto poder y control de las esferas gubernamentales, policiales y judiciales, infestadas de sus topos infiltrados). Si se les cuestiona sobre cómo sabemos que han puesto estas pruebas falsas, pues porque hay detalles que los conspiradores han pasado por alto… a pesar de lo poderosos que se supone que eran. Un conspiranoico siempre tiene respuesta a cualquier objeción que se le ponga por delante, no hay prueba que le convenza pues esta prueba siempre será una «prueba falsa» plantada por los conspiradores. No hay ninguna posibilidad de discusión racional, con lo que pretender discutir de forma lógica sobre una teoría conspiranoica no tiene ningún sentido. La salida de una teoría conspirativa es un proceso interior, pues es un proceso psicológico, que nada tiene que ver con los datos y evidencias que se aporten al conspiranoico.

Todo esto puede parecer una tontería, o algo gracioso y anecdótico, pero lo que hemos vivido en torno al 11-M en los últimos nueve años en España es cualquier cosa menos una broma. No fue más que una repugnante pugna electoralista en su momento, con el PP  mintiendo, intentando responsabilizar a ETA en los días siguientes al atentado, para evitar la derrota en las elecciones del 14/03/2004, y con el PSOE pretendiendo responsabilizar al Gobierno por la Guerra de Irak, de una forma también sumamente mezquina.

Después, lo que vino no fue más que una estrategia mercadotécnica (indigna, eso sí), amarillista y sensacionalista, que tuvo cierto éxito en cuanto a cuotas de audiencia, eso sí, de Losantos (junto con otros liberto-digitalianos como Del Pino) en las mañanas de la COPE y Pedro J. en las páginas de El Mundo, a ver quién decía la barbaridad más grande y quién ideaba la trama más oscura y maquiavélica, intentando llamar la atención de la peña: mochilas que andaban solas de un lado a otro para conducir a la policía hasta la guarida de los terroristas, supuestos temporizadores que usaba ETA encontrados en casa de un islamista que en realidad eran temporizadores de lavadoras, una tarjeta del Grupo Mondragón hallada en el lugar de los hechos que situaba la sospecha en el norte (aka: en la ETA) que en realidad era la carátula de una cinta de la Orquesta Mondragón, etc… Cada año, en torno al aniversario del atentado (aprovechando que volvía a estar de actualidad), la teoría que surgía era más importante que la del año anterior pues suponía, según estos elucubradores, la clave definitiva para despejar el enigma («elemental, querido Watson»). Y cada año se disuelve como un azucarillo esa «clave definitiva», esa «prueba infalible», como si se tratara de lo que realmente es, una falsedad fabricada con humo.

Todos los supuestos «enigmas del 11-M» tienen una respuesta lógica. Por ejemplo, ¿quién ordenó reciclar los trenes («Gordito» Vidal, por cierto, fue también especialmente plasta con ese tema)? No, no fue Zapatero, ni Rubalcaba, ni ningún esbirro de ambos compinchado con algún etarra. Muy fácil: el entonces presidente de Renfe, Miguel Corsini, nombrado por José María Aznar apenas llegado al poder, y cuyo cargo mantuvo mientras el PP gobernó. Miguel Corsini previa consulta con el ministro del Interior, Ángel Acebes, y en permanente contacto con el presidente del gobierno, José María Aznar. ¿Qué pinta pretender montar alguna historia rara de conspiradores que han ordenado destruir los trenes para que no sean analizados? Una sola cosa: la venta de periódicos. Nada más.

La Sentencia del 17 de julio de 2008 de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (Sentencia 503/2008) estableció que la masacre terrorista fue cometida por yihadistas con bombas fabricadas en Mina Conchita. Fue un atentado muy lineal. Sin embargo, durante el juicio, los prestidigitadores (entre ellos nada menos que una supuesta «Asociación de Ayuda a las Víctimas», apadrinada por Losantos y Aguirre) intentaron colar al tribunal que el viaje de Jamal Ahmidan, alias «El Chino», y su grupo con la Goma 2 desde Asturias al chamizo de Chinchón, el 28 de febrero de 2004, estaba relacionada con la «caravana de la muerte» de ETA interceptada ese mismo día en Cañaveras (Cuenca) con más de 500 kilos de cloratita. Pero resulta que los etarras Irkus Badillo y Gorka Vidal no tuvieron ni un contacto con Ahmidan, Kounjaa y Oulad, los terroristas perpetradores del 11-M.

Luego, salieron con que el ácido bórico que el yihadista Hassan el Haski tenía para matar cucarachas era el vínculo con ETA porque cuatro años antes, en un piso de Salamanca, alquilado por etarras, había aparecido también una pequeña cantidad de esa sustancia «llena de pelos». También tuvimos los temporizadores de lavadoras que he mencionado antes, supuestamente encontrados en el registro de un piso usado por los yihadistas en el barrio de la Concepción, en Madrid. Más tarde, surgió la «revelación» de una llamada telefónica hecha el 6 de marzo, es decir, cinco días antes de los atentados, desde el móvil de El Chino, pero con otra tarjeta SIM. Los conspiranoicos vincularon la llamada con Oskar Pérez, un individuo condenado por quemar un autobús en Basauri (Vizcaya), cuando resultaba que el autor de la llamada no era un etarra sino el perito de una aseguradora catalana llamado Óscar García Pérez, que casualmente se encontraba de vacaciones en Madrid y le había pedido el móvil a El Chino porque el suyo se había roto. Y, por último, el Titadyn, el explosivo robado por ETA en Francia en los 90 y que los conspiranoicos insistieron en que fue lo que explotó en los trenes. Pero la prueba pericial demostró que todo el explosivo que no estalló y fue encontrado en los escenarios del 11-M (la casucha de Morata donde se prepararon las bombas, la Renault Kangoo en la que se transportaron, el artefacto de Mocejón con el que se pretendía volar el AVE, la bomba encontrada en El Pozo y desactivada en Vallecas y el piso de Leganés donde se suicidaron siete de los integrantes del comando el 3 de abril de 2004) es Goma 2 ECO procedente de Mina Conchita, pues se encontraron hasta las fajas de los cartuchos. Y respecto de los focos de las explosiones de los trenes, su análisis solo permite saber que se trata de dinamita, como la Goma 2, pero no ponerle nombre comercial.

Con lo que hemos visto, ¿tiene todo esto o no los rasgos de cualquier conspiranoia?


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